Monday 26 March 2007




media luz, y sombras


La cocina, fría y gris, emite un desagradable zumbido desde el techo, mientras se enciende y apaga la barra blancuzca de luz fría. Se acaba de lavar las manos con detergente líquido. Gel verde brillante, frío, transparente. Coge un paño rojo y blanco y las seca, en sumo silencio.

Una silla de tijera, con tres láminas de menos, sostiene su cuerpo huesudo, forrado en bata de franela. El olor del sofrito de la olla, se mezcla con la colonia Brumel que acaba de repartirse por el cuello, blanco, pálido como cal, como su rostro, como sus manos, como toda la piel de su desgarbado esqueleto. Frunce el ceño y destensa los músculos del cuello, con movimientos circulares y ordenados.

Se mesa el pelo, perfectamente engominado, y se acerca a la mesa, pisando con zapatillas, de cuadros, pero sin cubrir el talón, sin tocar la separación entre baldosines de gresite verde y beige. Desencaja su mandíbula.

Tamborilea los dedos sobre la mesa de madera de dos plazas, abatible, mientras mira el reloj de pared sin prisa. Se distrae un instante, con la visión de la puerta de la nevera, llena de imanes y listas de la compra:

  • "Comprar estropajo verde.
  • Pedir dos barras de pan de torrijas.
  • Pagar legumbre al recadero"

Chasquea la lengua. Saca un pitillo del paquete blando de celtas. Lo prende con un fósforo de madera que hay dentro del frutero. Se acerca hasta el pasillo. Retira con esmero la F. N. Browning B-425, y le saca brillo con un pico de la bata.

Contempla la estancia rectangular desde el quicio. Todo está tan sucio, le dice. Tengo que limpiar todo lo que has manchado, mamá. Puedo hacerlo desaparecer todo, ya verás qué rápido. Y da dos caladas profundas soltando el humo en una circunferencia perfecta.

El zumbido del fluorescente se hace insoportable. Mira hacia arriba. Tira la colilla al cubo de basura. Y coge el teléfono. Marca 091. Ni gritó
Y cuelga.

Se acerca al frigorífico. Anota con rotulador verde: "Comprar ambientador de flores".

Te dije que no cocinaras con la puerta abierta, que el olor a guiso se cuela por toda la casa, mamá. Dice con voz lenta, dirigiéndose al camisón de puntillas, rojo ya, por la sangre del cartucho incrustrado en la sien.

Se da la vuelta, coloca la silla en línea con la mesa, y termina la cena, en tres cucharadas, de manera impoluta y exquisita.


A las 3 am, dos miembros del cuerpo de bomberos tirarían la puerta abajo. Encontrarán la casa en llamas, y en el pasillo, el cadáver de una mujer de 77 años, con un tiro de escopeta en la cabeza.

La vieja vivía sola, demente y senil, afirmando que su hijo habría vuelto de la otra vida para hacerle su vida un infierno y que no pararía hasta verla muerta.

Wednesday 21 March 2007

Sin mirar

La cama esta fría porque ahí fuera hace frío y porque hoy es un día regulero según los mapas del tiempo. Aunque esta mañana hacía frío igual y yo me puse contenta porque se despedía el invierno dándonos en la nuca para hacernos ver que nos estamos cargando la tierra, y que nadie la escucha, envuelta entre otros tantos problemas que dice la sociedad, son más importantes.

Aquí estoy, a media luz: entre luces anaranjadas que dibujan siluetas de hojas de árboles muy altos, y toldos que en otras circunstancias son verdes. Y pienso mucho en ti desde hace mucho. Llevo todo el día pensando en todo lo que te quiero, y en que no he sabido hacer más que liar las cosas. Que yo iba pensando en todos los transportes públicos que he cogido hoy para llegar a ti, que te quería, que me estoy leyendo un libro guay, y que lo marco con tu marcapáginas, para dar la bienvenida otra vez, a las palabras en mi vida. Y que todo estaba pintando que podría ser un buen día: porque yo te quería, y cada vez que me separaba hoy de ti hubiera vuelto para decirte todo lo que me gusatabas y que no quería separarme de ti hoy en este día de frío. Y olvidé preguntarte si llevabas el pez de plástico en el bolsillo, y olvidé decirte muchas cosas que sólo pensaba mientras me alejaba de ti, cargada de cosas, cargada de tristura, por no haberte sabido querer hoy.


Navego a contracorriente en el mar de las palabras perdidas por el hilo del teléfono.
Podría dedicarme a dibujarte señales de humo que de nada servirían. Ninguna solución es válida para semejante desorientación. Y es que yo sólo quiero ser contigo y estar a tu lado todas las mañanas. Y todas las noches en vela, y todas las madrugadas en que nos despertamos a la vez para decirnos con los ojos cerrados tantas frases incoherentes, y todas las cosas que no nos atrevemos a decirnos con los ojos abiertos. Como tocarte de lejos, y querer arrancar las discursiones en vano y las largas esperas en estaciones, con libros y más libros, y letras y más letras. En un mundo de palabras, en el que siempre terminan pesando más los gestos...

Y ésta era la casa de Marguerite Duras

Tuesday 6 March 2007

Retrospección-Introspección


Ya ves, terminé volviendo a encontrar mi sitio para poder escribir sin tener nadie que se asome a mirar.


Yo escribo desde un café que llora, desde el vapor de sus cafeteras, trabajando a todo gas, porque allí fuera no ha llovido nada. Coloqué el bolso en un perchero antiguo, de latón pintado en azules, junto con mi sombrero de gata. Arranqué la silla de debajo del estante y preferí tomar asiento en el enorme butacón de terciopelo verde oscuro que tiene roído uno de sus brazos.
Es cómodo, y parece llevar toda la vida esperándome. No a modo de cuento; ni siquiera como tú o yo, o ninguno, imaginamos cuando soñábamos a distancia. Es real como tu vida, y a veces, como la mía.

Es precisamente el café del que te hablé, y casualidades, el café donde le conocí del todo.

Cuando te hablaba de él como de una fachada mágica en mitad de una ciudad, donde el agua caía sobre latas de pintura, no podía imaginar, que estaría presagiando en instantánea idealizada, la llave de la felicidad duradera.
Un instante, a cambio de una cicatriz y un cheque en blanco para cuidarla.

Que acabó por curarla.

Perteneciste a la parte de mi que más amaba, la yo más auténtica; con lo fácil que resulta serlo cuando el tiempo no acaba por consumirte entre cuatro paredes y un horario de tetris. Sólo ahora puedo darme cuenta. En realidad, lo pensé hace tiempo, pero es ahora, cuando caigo en la cuenta de que con todo, cerré la puerta al Armario de Narnia, coincidiendo con la última estación antes de hacerme mayor.

A veces pongo el pie fuera, para comprobar si sigue lloviendo, pero ya ves que no; por aquí ha sido un invierno de lo más desagradable. No para mi estado de ánimo, que se ha mantenido fuerte y firme como el sol. Que ha sonreído siempre. Pero el invierno pasado fue mágico, y así todos aquellos inviernos anteriores en que dibujé ciudades, y en que planeé Berlín.

Sin lluvia;

aunque has de saber que mis botas de charol y agua siguen saliendo a buscar lluvia. Y se precipitan sobre charcos de aceite que dibujan arcoiris sucios junto a las alcantarillas y las ruedas de los coches. Pero no hay precipitaciones. Sólo sucesiones de páginas y días en blanco; de oficina y decisiones que quieren convertirse en importantes.

¡Ay! Cómo cambia la vida de pronto.

Qué perfecto es, seguir avanzando como en un vagón de madera, lleno vetas y láminas quemadas, chirriando rueda por la estación en que alguien espera parado, sentado junto a algún árbol lleno de secretos. Intentando desvelar, como tú, la alquimia de lo que está por venir, y lo que será de…

Y sufrir como todos, lo que se sufre cuando se cambia de estado.


Aunque no sé si les pasa también al resto de animales

Remite


  • kay

  • Llegué por casualidad y por una conversación de cafetería envuelta en dudas. Encontré en los paraísos electrónicos los abrazos más auténticos... viajé sola por Kioto, por Dresden, embotellé lluvia y suelto lastre. Ahora sólo escribo, de oficio. Y en septiembre de 2009, años después de posarme para aterrizar, vuelvo a emprender una aventura voladora; desnuda y rellena de letras. bienvenido
radiografía
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tinta y prosa
y letras e historias con máscara
y cristales rotos...
y tus ojos, reinterpretándolo todo



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