Tuesday 24 June 2008

La vida es eterna en cinco minutos





Sé que todo fluye y que todo vuelve y que Heráclito y Sócrates me cambiaron la vida.
Recuerdo que me dieron un rato para plantarme frente a aquel texto... Era el tema 6. La página 82 del libro de filosofía de Anaya de 3º de BUP.

Me quedé ahí, delante, releyendo. Releer es algo que me gusta especialmente. Buscar más allá de las palabras es una afición que me viene de antes pero que recuerdo, como punto de giro, aquella tarde de clase. Levanté la mano, tímida... y respondí según las anotaciones que tenía hechas al margen... Recuerdo, que en aquel momento, ese profesor que hasta el momento me había enseñado cosas que para mi eran intrascendentes, cambió la cara, sonrió y supo, porque después me lo ha dicho muchas otras veces, que yo acababa de encontrarme de frente con una verdad. Y que esa verdad recién descubierta sería una de mis herramientas para concebir el mundo de otra manera.

Para entender por qué pensaba tanto sobre la vida, sobre las cosas, sobre mi misma; por qué siempre quería ir más allá de todo planteamiento. Supe, supo y supimos que recordaría siempre aquel momento, y que con aquella herramienta sería capaz de traducir, pero también de lanzar puñales y regalar(me) de paso. Poco a poco la técnica se va perfeccionando, hasta el punto de no ser yo sin esta esencia. y hasta el punto de saber mirar distinto sólo por haber aprendido a ver diferente, a volver a pasar por el mismo sitio y redecubir sus colores, sus formas, sus sonidos... y medir la temperatura de la luz para no caer en la rutina.

Aprendí, y decidí, que mi camino era otro. Que quería vivir ciudades, revivir historias, latir por dentro y por fuera. Ser más, desde dentro, para hacer que todos los que pasen por mi vida y me dejen colarme en la suya, sepan sentir conmigo, leer mis ojos, sentir cómo respiro mal porque allí detrás hay algo más.

Quizá por esto, y aunque aprendí a sentir distinto, no me escapo de la inevitable carencia de opacidad de que todas mis acciones y gestos van cubiertas. Soy transparente, y sin embargo... me gustaría poder decir más, con menos. Y que lo supieras ver. Y sobre todo, me gustaría poder decir, poder hacer y poder gritar... sin que de camino, clave ningún puñal en el intento.

He dicho

Thursday 19 June 2008

Cuando era pequeña mi abuelo nos construyó un columpio rosa. Mi madre me compraba cajitas rosas donde yo metía mis pulseras de cuentas rosa y lila, envoltorios de bombones, etiquetas de ropa y estampitas de purpurina. Además solía meter papelitos. Muy pequeños, como notitas, donde contaba quiénes y cuántas eran mis amigas. Además escribía cartas para el chico que me gustaba, que guardaba allí dentro. Yo no quería que me trataran como una niña rosa; por eso me enfadaba cuando mi tía volvía a regalarle a mi hermana el pijama verde y a mi el rosa. Yo quería ser una princesa, pero urbana. Trasto, divertida y loca.
Por eso me moría de la risa cuando mi abuela se reía sola. Y por eso espiaba a mi abuelo mientras afilaba herramientas... O mientras preparaba los lapiceros para que me pusiera a hacer los deberes de verano, mientras yo daba de comer a las tortugas, que nunca crecían... historias de antes. Envueltas en verde de musgo; de río y de norte

Monday 16 June 2008




Vivo en ochenta sitios y tampoco en ninguno.
Respiro sólo con el motor apagado. Sólo entonces sé llorar. A oscuras. Debajo o dentro de una superficie pequeña y cerrada. Mientras el aire se va consumiendo y yo sé que se acaba y no pienso mover un dedo.
Suena de fondo tu voz. Y mis manos huelen a ti, y a tu pelo.
Me doy cuenta de lo egoísta que es vivir como lo hago, y sin embargo, nada me hace cambiar. Ni siquiera que me digas que soy una egoísta y que no te cuido, y que tampoco te escucho cuando me llamas, harta de intentar localizarme o que te llame yo.
Sé de lo difícil que es vivir para uno y hacer felices al resto. Es una cuestión de tiempo. Me pregunto qué pasaría si los días tuvieran más horas y yo pudiera desaparecer del mundo de vez en cuando. Y sé que soy cobarde, y que debo leer más a James Joyce y menos a Raymond Carver.
También debería parar a leerme más, o a contarme aún menos. No tragar los pensamientos, sino vivir para contarlo. Y contarlo, para poder vivirlo.
Maldigo el tiempo que se va sin más, escurriéndose entre los dedos. Recuerdo tu gelatina rosa, esa que era dulce, pero densa y a la vez frágil. Y esos baños que nos dábamos en ella. Sin poder salir.
Hace tiempo que nado en una de esas piscinas. Que no me doy cuenta de que no me muevo y que por eso estoy terminando por volverme del mismo color. Y con tan pocos sentimientos como aquello.
Luché siempre por ser más. Y en ese camino sentí el apoyo de personas a las que ahora estoy dando la espalda. No voluntariamente. No me paré a mirarlas....
Me siento miserable. Especialmente despreciable hoy

Remite


  • kay

  • Llegué por casualidad y por una conversación de cafetería envuelta en dudas. Encontré en los paraísos electrónicos los abrazos más auténticos... viajé sola por Kioto, por Dresden, embotellé lluvia y suelto lastre. Ahora sólo escribo, de oficio. Y en septiembre de 2009, años después de posarme para aterrizar, vuelvo a emprender una aventura voladora; desnuda y rellena de letras. bienvenido
radiografía
Users Online

tinta y prosa
y letras e historias con máscara
y cristales rotos...
y tus ojos, reinterpretándolo todo



Creative Commons License
Esta obra
está bajo una
licencia de
Creative Commons