
Milano... Noviembre
Milán tiene de día lo que otras muchas ciudades, a diferencia de que esta italiana de moda, tiene mucho menos que mostrar arquitectónicamente hablando que otras grandes capitales.
Es pequeña, y como tal, cómoda. Aunque adoquinada de arriba a abajo, sus calles se recorren a pie y en bicicleta, con esa luz preciosa que tienen las ciudades europeas mediterráneas, especialmente cuando se abrigan del frío (como para pasar desapercibidas). La claridad obliga a llevar gafas de sol, quizá esto explique muchas cosas...
Los rincones de cuento, porque en todas las ciudades los hay, se conocen por casualidad (esto viene siendo habitual, basándome en mi experiencia pisando y disfrutando Italia desde otros puntos de vista) o cuando, también por casualidad, te cruzas con caminantes y amigos (o amigos de amigos que se descubren como caminantes contigo) que te enseñan qué lugares, costumbres o paisajes merecen más la pena.
Sin embargo, Milán de noche es mucho más.
Si acaso la luz no hubiera cegado suficiente, la noche se abre como una oportunidad de visitar una ciudad diferente por el mismo precio. Una misma calle no es la misma de noche en ningún caso o punto del mundo, pero el caso de Milán es especialmente notorio.
Redescubres la ciudad con una iluminación que llena de detalles cada edificio y esquina, e incluso la temperatura parece dar tregua, mojando los labios en un buen vino siciliano, o del sur.
Dicen que Milán es la ciudad de la moda, y parece claro sólo a medias. La ciudad tiene estilo. Pero no menos que otras ciudades europeas como Berlín o Viena... Quizá serán esas enormes gafas de sol que se reparten por la superficie escalonada de tantos escaparates.
O por la manera en que llevan la bicicleta, o los tacones sobre los adoquines, o simplemente porque son capaces de escuchar House mientras cenan con los amigos cerca de las 9 de la noche... O, sí, definitivamente porque tienen caipirihas de fresa...
Quién sabe.
Pero mola. Milán, de noche, engancha. Tomen nota, para un próximo destino vueling