Tuesday 24 July 2007

colchones (ejercicio de fuentetaja junio 2007)




(imagen propiedad del blogger http://www.desenfocado.com/index.php?showimage=895)


Coches, cláxones, tubos de escape, escapes libres en motos… Nacho se concentró en el zumbido de la radio mal sintonizada que salía del cuartito del fondo de la tienda de colchones, camas y almohadas


Recostado sobre aquel colchón restform cualquiera diría que Nacho llevase días sin dormir. Mantenía los ojos bien cerrados, a prueba de balas. Mientras, pasaban delante de él dos parejas con un vendedor con gafas gruesas, y dos niños se mantenían detrás de los somieres de lamas, apilados contra una pared, y le mirabam riéndose. La niña estaba mellada, y el niño llevaba un peto rojo con un bolsillo por encima de la barriga. Su novia, Ana, discutía con su madre sobre la duración media de un colchón. La una, delgada y castaña, con ojos claros, los entornaba con resignación, mientras la mujer mayor gesticulaba detrás de un cartel de “rebajas, todo al 35%”, mesándose el pelo corto abultado, como una copa de helado italiano, en un rubio platino, casi nacarado.


Hombre Nacho” Le había saludado exagerada, y cínicamente Concha desde la puerta de la tienda. Había entrado moviendo su enorme culo envuelto en una falda rosa fucsia, que hacía juego con sus picados carrillos cárnicos empolvados en el mismo tono. Había visto a su suegra desde fuera de la tienda. Mientras bajaba del bus esos dos jamones envueltos en rejilla gruesa y negra. “Si te caes, te desconchas” se había dicho el chico, aguantando la risa, asumiendo el chiste tan malo que acababa de hacer.


Pues dos paredes de toda la superficie son de cristal, una da a la parada del 83 y al parque de la urbanización en que está la colchonería.


Nacho hijo… qué camisa más bonita” añade Concha… “¿está tan apagada porque es vieja o sólo porque está sucia?” Nacho se miró la camisa y la acarició. Nana lanzó una mirada de cariño a Nacho, después de flashear a su querida madre con los ojos. Nacho miró a su alrededor, y se topó con el colchón de sus sueños. “Voy hacia el fondo” dijo de pronto.


La colchonería Cuesta estaba en el barrio de Nacho, Peñagrande, que durante años se consideró la periferia norte de Madrid. Ahora todo rodeaba al barrio. Por la arteria central, en la que Nacho había aprendido a montar en bicicleta, la Avenida de la Ilustración, ya pasaba hasta una autopista, y aunque durante años pudo maquillarse tras finas tiras de tierra con arbustos, bordeando el carril central, lo cierto es que la nueva vía elevada que comunicaba el barrio con la M30, demostraba que el barrio había quedado cercado.


A pesar de esto, y de que Nacho hubiera preferido vivir con Ana en Guadarrama, donde sus padres le habían puesto un piso cerca de la sierra (ilusión de la señora Martín-Gallardo, que como buena madre consideraba que todo era poco para su niño) Pero Ana, toda una urbanita, había preferido quedarse en el barrio.


Nacho odiaba su barrio porque no tenía nada de especial. Lo odiaba tanto como aquellas zapatillas de lona que Ana le compró en la planta de oportunidades del Corte Inglés. Ese mismo jueves, pero por la tarde, serían casi las siete cuando salió del trabajo y tenía tres mensajes en el movil, de Nana para que no olvidara que habían quedado con la chica de la sucursal a y media en punto, para lo del nuevo mega crédito vivienda.


Perdona”, oyó de pronto. Nacho depegó uno de sus párpados. “¿sí?” respondió tranquilamente. Sobre él se agachaba unos enormes ojos verdes sobre los que caía un flequillo dorado bien recortado. “¿Vas a pasar el tiempo en esa posición, hasta que cerremos?” Nacho se incorporó de pronto, y se situó a la derecha de la dependienta. “¿Te gusta este colchón?” le dijo ella tranquilamente, apoyando sus uñas pintadas de colores en el borde de la cama?” Nacho se revolvió un poco el pelo, con la intención de tapar sus mofletes enrojecidos y se recolocó las gafas de pasta verde. “sí… me gusta mucho. Tengo la espalda fatal, sabes…” Dijo mientras se frotaba el cuello con la mano izquierda. “Ya imagino… es que los colchones hay que cambiarlos cada poco tiempo”. “Sí…” respondió Nacho en un hilo de voz.


Recordaba ese viaje en metro, y cómo no podía dejar de pensar en que lo primero para la casa sería comprar un buen colchón, pues ya estaba bien de dormir en un futón en el suelo, muy zen, pero había dejado de merecer la pena dormir en moderno, porque tenía las cervicales en crisis después de llevar todo el día rodeado de planos, proyectando en el estudio de Meltrix. De esto hace ya cinco años, y Nana no había visto clara la idea, hasta que el pasado mes Nacho había tenido que estar yendo a fisoterapia para intentar deshacer los nudos de su espalda.


Y es éste el tamaño que quieres… es decir, un colchón de matrimonio”. Nacho la cortó de pronto, “bueno, en realidad me da igual el tamaño… Sí, bueno, verdaderamente lo que más me importa es que sea cómodo, y si la fibra es ecológica, mucho mejor!”… La chica sonrió muy grande y le miró con admiración. “¡Bien! Me gusta… quiero decir… bueno es una gran elección, quieres que te enseñe más?” “Bueno… verás, respondió Nacho” es que tengo que consultarlo con mi chica. La dependienta se sonrojó de pronto y dio un paso corto hacia atrás. “Claro!” respondió vivazmente.


Nacho se alejó la la chica sin mirar a atrás. Y ella, girando sobre el eje de su tacón, se dirigió al mostrador.


Oyó de pronto su nombre al otro lado de la tienda. Quiso no haberlo oído. “Ana, estoy aquí”. Y se acercó a su chica y a su suegra. Ana le cogió la mano fuerte y comenzó a contarle todos los avances hechos hasta el momento. Nacho no escuchaba nada. Sólo notaba la presión de la mano de Ana que le cortaba la circulación. Y Coches, cláxones, tubos de escape, escapes libres en motos… y la voz de Ana. “¿Qué opininas?” Le dijo Ana, apretándole más fuerte la mano. “He visto un colchón ahí, al fondo, que te encantará” respondió él sentencioso. La madre de Ana emitió un “buffff” totalmente desaprovador. Ana, bajó la cabeza con resignación y le dijo “enséñamelo, anda”. Y Nacho, aún cogido de su mano, aunque esta vez más suave, la llevó hacia el fondo de la tienda. Tenía su mano prendida, como si estuviera tirando de un hilván, y mientras avanzaban por los pasillos blanditos, Nacho no paraba de imaginar que encontraría la manera para convencer a Ana de que se fueran a vivir juntos a Guadarrama, o a Rascafría, porque eso era lo que él realmente quería.


¿Qué, qué te parece, no me digas que no es perfecto?” Ana soltó su mano, e inspeccionó la cama con cuidado. “bueno…” dijo de pronto. “No parece relleno de una gran fibra no?”


Nacho respondió inmediantamente “¡bueno Ana, es que es ecológico!” Ana no se sorprendió al ver su cara de entusiasmo, pero no podía compartirlo, no quería aquel colchón. “Nacho ¿por qué no miramos alguno más?”


Nacho se alejó de ella. Revisó el colchón de nuevo y añadió sin mirarla “Ana, a mi el que me gusta es éste”.


Ana se puso algo más seria. “Nacho, este no es un buen colchón, no creo que sea una gran inversión a largo plazo”.


Los ojos de Nacho se hundieron en la ventana ciega del fondo, que daba a una salita con un dormitorio lleno de cunitas. Dos dependientas cambiaban los cuadros de las paredes de cartón piedra. La dependienta de los ojos verdes seguía detrás del mostrador, mordisqueando un bolígrafo rosa. Detás suyo, un póster de la ruta del Cares. Echó de menos el norte. Se miró las zapatillas una vez más. Aún guardaban algo de verdín. Ana no había querido venir a la última excursión a la pedriza. Tampoco a la anterior a Gredos, porque decía que le dolía un tobillo.


Ana, ¿a ti te gusta mi camisa?” Le dijo de pronto. “Pues sinceramente… no es mi preferida” respondió ella confundida. Nacho no tardó en responder “¿por qué no volvemos mañana?” “Como quieras” respondió la chica mirándose las uñas.


Friday 13 July 2007


RECORTES Y SINSABORES DE UNA CALLE CUALQUIERA DE LA CIUDAD EN JULIO


Se colocó de espaldas al semáforo en rojo. Se mantuvo sandálico entre las rallas de cebra, en el asfalto, refugiado por la sombra del edificio de ladrillo, pisando el suelo que sostenía las doce plantas, con azotea incluida. Sin balcones, sin colores, sin más que formas horizontales adoptando la forma de Babel.


Ondeaba a media asta el pañuelo en su chaqueta, y completaba el vacío de la pulsera de cuero, con caricias desordenadas. Llegaba el olor a café de la cafetería del bajo. Y olía a pan recién hecho, y a bollos. Las flores de plástico blancas, rojas y amarillo, adornaban las macetas que flanqueaban la fachada, apoyadas en el suelo, para disfrute de sentaúntes y planos encefalográmicos.

Y nadie reía. Sólo sus labios dibujaban sonrisas recordando. Ellos, que parecían vivir de los aromas artificiales y de los artificios de la moda, descutían sobre temas de actualidad que nadie conoce a fondo, y sobre el corazón de glossy paper, cama fugitiva de corazones insatisfechos.

Envoltorio de pescadería para almas en remojo.


Y allí estaba él, esperando para vivir, con los talones en la acera, de espaldas a una calle abierta con la prohibición grabada de lado a lado, de farola a poste, de extremo, a extremo.

Canturreando la melodía de hoy del saxofonista en el metro, ideando cómo alcanzar el cambio y escaparse de allí de una vez, por la puerta de atrás y visitar el jardín secreto, en la esquina del barrio más antiguo de la ciudad.

Y el semáforo se puso en verde.

Acordándose de su boca, del visillo moviéndose con el aire de la ventana del hotel, y en el barrio de las letras, perdiendo las palabras.

Y cruzó la calle sin prisa...



nota autoría foto: esta foto se tomó prestada del blog http://motomachicake.bitacoras.com/ para ilustrar esta entrada (recomiendo altamente estos bloggeros que se mudaron a http://www.motomachicakeblog.com/)


Thursday 5 July 2007



Cuentas amarillas y espejos, de noche


Del pomo de la puerta colgaba un collar de cuentas amarillas. Tenían el mismo color que un limón por dentro, después de dejarlo varios días fuera de la nevera.



Se movía de vez en cuando, cuando entraba un poco de aire por la ventana de la habitación, que permanecía entreabierta y con la persiana medio bajada. Las cortinas de color blanco hueso, caían con desgana, con la elegancia del vapor de agua. Fuera, sonaban los árboles más altos, discutiendo con el viento acerca del parte meteorológico para el día siguiente.


El espejo de la pared enmarcaba sus siluetas desnudas, junto a la ventana. De la cama, caía una mano blanca, fuerte, casi musculada, mientras las sábanas suspiraban rítmicamente a la altura de su estómago. Su otra mano, permanecía junto al regazo de la joven, que miraba hacia fuera, entre las rendijas de la persiana.


Se mantenía erguida, con la espalda contra el cabecero y jugando con sus dedos. Llegó a acercarse en alguna ocasión para besarlos, pero la mayor parte del tiempo, miraba con lástima las fotografías de las paredes. Blanco y negro fue por un tiempo el tono elegido para la mayoría de sus fotos juntos. Después pasaron a la experimentación, y comenzaron a saturar colores. Últimamente, las únicas fotos que ampliaban, eran un par de ellas en mate y de carrete, de toda la vida.


No podía dormir. Buscaba salida, siempre refugiada en sábanas de líneas, agazapada junto a la ventana, hasta que empezaba a amanecer y caía rendida. Y ésta, otra noche más buscando salida o intentando encontrar una salida. Y fuera seguía soplando el viento. Le pareció escuchar en él justificaciones o argumentos, pero no los tenía.


El amarillo teñía sus motivos, y nunca antes llegó a ser tan predecible. Se miró las uñas. Sus manos, sus pies. Y hacia las fotos, otra vez, de todos los viajes hechos, de tantos con sus amigas. Sonrió al recordar a aquella pandilla del instituto, y las fiestas y los culebrones de la cuadrilla todos los veranos. En los amores de verano, que como dice el anuncio, siempre acaban cuando quieres arrancar. Y entonces, aún con la sonrisa en los labios, sacó la lengua hacia la rana de peluche que tenía sobre el módulo de cajones.


Se tocó en la nunca, el pelo corto, y se metió el flequillo tras la oreja derecha. Se frotó los ojos, y apretó su mano. Los visillos se movían más fuerte. Los ató junto a la cuerda de la persiana y se asomó. El viento había dejado de chillarle. O ella se había acostumbrado a él. Todo estaba en calma ahora.


Y se acercó a su oído. “Te quiero, te lo prometo” Y sonrió de nuevo.
Y entonces, él se incorporó “¿qué miras pequeña?”.
Ella se acercó a sus labios y los besó con fuerza, bebiéndose su vida como vitamina C.
¿Y ésto? ¿No es hora de dormir?” preguntó colocándose sobre ella y acariciándole los ojos con su retina.
Y de soñar”, le contestó entonces. Él la sonrió.


Mientras, fuera, la lucha de elementos, bañados por pequeñas luces anaranjadas y parpadeos en las ventanas, no terminaba de decidirse, y las hojas agitaban más sus arañazos, contra el eólico traje nocturno, elegido para esa ocasión.


Y el collar de cuentas amarillas, se pronunción mediante un ténue balanceo, como queriéndose colar entre las sábanas agitadas en aquella noche sin luna...

Wednesday 4 July 2007

Tuesday 3 July 2007



"Doctor S., borrador de recuerdos"


No podía respirar. Aquella bajada estaba haciendo que las fibras de su corbata actuaran de torniquete contra su traquea. Resbalaban las gotas por su frente brillante, y se retiraba con una tarjeta de visita el sudor. Luego lo sacudía, y resbalaba la tinta, en la que apenas ya sí podía leerse "D... S., ...ador de rec...os"

El revés del espejo, que cubría toda la pared, le hacía aparecer como una persona diestra, con la cabeza cubierta de pequeñas escamas blancas, en pleno suicidio. Aquella superficie, lisa y llena de salpicaduras blancas y marrones, tenía la esquina inferior derecha carcomida por el óxido. Él mantenía su pie, junto al lado opuesto, haciéndolo subir y bajar como un plomizo ladrillo trenzado en cuero con cordón, casi pegándose con la suela, en el suelo de círculos de goma verde.

Miró por séptima vez el botón y volvió a hundir el índice en el redondel amarillo. Esta vez, su rechoncho dedo de uñas blanquecinas se dobló sobre sí mismo, mientras la mano cada vez se ponía más rígida. Volvió a secarse el sudor, mientras se pellizcaba el mentón como regulador de la crispación.

Se le nubló la vista cuando volvió a mirar la X junto con varios caracteres ambiguos en la pantalla líquida. Su corazón empezó a bombear más rápido. La sien enrojecía gradualmente. Comenzó a marearse. Y en menos de diez minutos perdió el conocimiento.

La recordó a ella. Recordó el vestido de novia avanzando por el pasillo de la Catedral, el primer vals de la noche, el vestido de bodas crudo, amenazante con una interminable hilera de botones de perla. Sus muslos rodeando sus caderas. Los jadeos entrecortados la noche en concibieron su primer hijo, en la playa de aquella isla. La bicicleta roja de N, y sus manos impulsando la parte trasera del vehículo, con un pañuelo vaquero como cima de una sonrisa infinita. Escuchó su voz llamándole desde el garage. Desde la cocina. Desde la habitación. Y entonces... volvió a escuchar sus gemidos. Volvió a la habitación de matrimonio. Les vio a ellos dos. Se vio a sí mismo. Volvió a ver a L. llorando tras la puerta de la cocina, con las manos cubriendo su cara, pidiéndole perdón.


Y se vio, por fin, llorando en la esquina de un ascensor, abrazándose las rodillas, y lamentando no haber conseguido asesinar todos los recuerdos que aún le ataban a ella.

Sunday 1 July 2007

Artículo mes Julio

de http://magazine.diariosigloxxi.com/noticia.php?id=25112


Los sonidos del agua
Belén Kayser

¿Alguien acierta en describir sonidos?


Las llamas crepitan en la orilla. Luces que llegan hasta donde la vista alcanza. Música, risa, sonido de agua. Luna llena, y aguas escondidas. Pasan por inexistentes, aunque no lo son en ningún caso. Esperamos las doce para saltar las olas y quemar todo lo malo. Y un año más que arranca.

Hundiendo los pies en la arena, sintiendo la insignificancia del ser humano en propia carne, el oído se agudiza para separar sonidos. Y el fuego se funde con la arena que llega a la orilla.

Es la melodía del chasquido o el arañazo. De la pecera que duerme cauta, y de los elementos que se expanden y se contraen, en la noche más mágica del año.

Y mi mano, colocada contra el muslo, comenzó a sentirlo. Era una pequeña aguja que se clavaba incesante y dulcemente contra la palma. Sin tragedia, sólo pequeñas rallitas de agua, de lluvia tímida, como mis sentidos viviendo al máximo desde el subconsciente libre frente al mar en calma de la media noche.

Y las olas, que no siempre llegan lentamente, me desafiaban a ritmo escalonado, hijas crecientes del dios invisible de las mareas, que las reducirá a espuma.

San Juan, llovía, y la costa perfilada por arena oscura. De huellas movedizas.
Y las mentes respirando salitre, haciéndose hueco en el tiempo que se expande, mágicamente, cuando se está lejos de todo lo cerrado.

Y en lo abierto, la obertura de las conchas, que desde la melodía que todos conocen y nadie puede reproducir, sino con el alma, llegan siempre solas, de una a una y sin pareja a la orilla. Restos fúnebres, bellos e inertes.

Nunca podrán preguntarles si pelearon para salir de allí dentro. En cualquier caso, hoy quieren notar el agua en gotitas, tendidas en la arena, y dejando que la lluvia suave las cubra.

Foto por Gato Negro

Remite


  • kay

  • Llegué por casualidad y por una conversación de cafetería envuelta en dudas. Encontré en los paraísos electrónicos los abrazos más auténticos... viajé sola por Kioto, por Dresden, embotellé lluvia y suelto lastre. Ahora sólo escribo, de oficio. Y en septiembre de 2009, años después de posarme para aterrizar, vuelvo a emprender una aventura voladora; desnuda y rellena de letras. bienvenido
radiografía
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