Tuesday, 26 December 2006

sin repasar, al natural

Y sobre todo aquello que nos conforma como nosotros mismos, es decir, lo que se ha ido quedando escrito en nuestra corteza de árbol, por hacer un símil con la naturaleza, en este caso.

A veces, ¿sabes qué pienso? que somos recortes de nosotros mismos superpuestos en una esencia que no cambiará nunca, y que es lo que nos hace brillar como auténticos.

Podría definirse como una amalgama de defectos que todo el mundo termina por amar, y que nosotros nos esforzamos por esconder continuamente. En este saco de esencia, llamémosle "lluvia embotellada", por ejemplo, se encuentran también nuestros miedos, esos que alguien vino escribiendo por nosotros en nuestra vida hasta el momento en que fuimos capaces de sentirlo, más allá del miedo a la oscuridad y a las pesadillas, o a perder a mamá o papá. Porque cuando los miedos aparecen en forma de perder a alguien más allá de nuestra propia sangre, y que sentimos como parte nuestra, no queda en nuestra esencia, sino escrito en nuestra vida.

Pero también podríamos ampliar el frasco de lluvia a nuestros olores, sabores preferidos, esos que irrancionalmente buscamos en cada champú, en los olores de la casa del pueblo, que nunca cambia de aroma... y no sé, a tantos lugares que revisitamos ya de adultos. Pero... sin duda, la más bonita, y la que nos hila el resto del camino; es decir, que permeabiliza el frasco para irse colando entre nuestros días, para mi, son nuestros sueños.

Nuestros sueños siempre están ahí aunque cambien de forma y aunque vayamos descartando mentalmente todo lo que nos propusimos un día. Ellos nos sustentan, en el fondo, y aunque los arrinconemos en el sitio de las dudas y les demos la espalda como idioteces y fantasías.
Para mi, siempre siguen en nosotros, aunque a veces nos olvidemos de ellos.

Sé que muchos no habrán leído el texto hasta esta altura, y que seguramente les parezca una tormenta de ideas. Yo he de decir que escribo hoy porque así lo siento y porque he intentado ordenar algunas cosas que me mueven últimamente.

Estoy abriéndoles mi corazón, señores. Pues he sentido vértigo existencial a crecer precisamente por pensar que la prisa y los convencionalismos estaban haciéndome olvidar mis propios sueños, e incluso impidiéndome recordar mis miedos... En fin. Intento encontrar quién soy y hoy creo que sólo puedo hacerlo pensando en quién soy en el fondo y cuántas cosas me hacen ser y me han hecho ser qué soy ahora, hoy.

Creo que soy pedazos de todos ustedes, me conozcan o no; simplemente por haber interactuado conmigo en alguna ocasión. Así que gracias.

Soy pedazos de verde oliva, de rojo sangre; de niños rubios de ojos claros, de morenos con pinta de malos y moto, de veranos con amigos, de desengaños; también soy pedazos de Gilda con pluma en mano, y pedazos de besos en la playa del Cantábrico. Soy un colegio lleno de amigas increíbles que aún hoy son lo más importante que tengo; soy recuerdos de clase de CAV, otras tantas risas en PER. Soy biblioteca de la UAM, y soy secretos viajes de Ginebra, y cafés de Berlín, y cementerio de París, y manoplas... y canciones de The Shins, y películas en versión original. Y rosas, y luna llena, y barrio de las letras, y helado en tu terraza, y gominolas en la tuya y... ocuparía tantos post, que prometo dedicaros uno de recortes y de corrientes eléctricas. Me lo apunto

Y hoy arranqué con esta idea porque me di cuenta de que tú, en especial tú, sin quererlo, me has dejado ver que eres pedazos de sueños que tuve y de detalles que me hicieron ser feliz. Y que a veces no los valoro porque los viví breve e intenso. ¿Sabes? M. Rdz lo dijo una vez, cuando me puso Mayo de 2002: "Las dos se merecían esa canción, una por una noche, la otra por un millón"... Y creo que aquella canción de Luis Ramiro define perfectamente gran parte de las cosas que vivo, hoy, y que me dejan seguir viviendo, enseñándome a ser yo, tú, y nosotros. Por separado.

Friday, 1 December 2006

verticalidad opaca



… “¡A vivir que son dos días, que dicen! ¡Pero qué le voy a contar a usted, más que simplezas y redichos! Porque, señora Eulalia, usted sí que sabe de la vida”. Esta vez la portera había variando un poco su discurso, pero no mucho más que ayer, ni que los anteriores días, desde hacía varias décadas. Aquella mañana Eulalia, había agachado la vista para no tropezar, y sortear el escalón y el desnivel al cruzar el portón de madera de acceso a la calle.

Era una rutina diaria maravillosa, que quedaba sellada con olor a jabón lagarto en un cubo, haciendo burbujas enormes y oscuras; y con ese rabo de fregona despistado, que bloqueaba el tránsito: “¡qué cabeza la mía, todo por medio…! ya le quito estos trastos, me va usted a perdonar…”, y entonces Eulalia sonríe y hace un gesto de despreocupación, mientras con aquel ademán se abre paso lento por el portal, y coge entonces la calle abajo; hacia Ópera, pisando acera con unos zapatos gastados pero relucientes, de comedia musical, y dejando a su paso una entrañable mezcla de agua de Álvarez Gómez y flores secas de armario antiguo.

Hoy es algo antes de las 9. Ha bajado, como todas las mañanas a pasear por los jardines del Palacio de Oriente. De vuelta, en días como éste, con un sol de invierno limpio y precioso en matices, prefiere escoger la calle Mayor para subir hasta el callejón de San Ginés, donde desayuna, lee el periódico durante más de una hora, y charla distendidamente con el dueño, que le tira los tejos desde hace tiempo.

La puerta es pesada, Eulalia coge y tira para ella emitiendo un jadeo algo sonoro. De repente, se hace el calor, y empieza a ocupar sus pulmones, ese aroma fuerte le hace cerrar los ojos, y comenzar a desear con todas sus fuerzas aquel chocolate caliente con churros.

Toma asiento en una de las mesas más alejadas de la entrada, cerca de la gran caja registradora, una National de mediados de siglo pasado; prácticamente de su época. Quizá es porque esas teclas enormes y redondas, y ese color metalizado aún vivo, le traen a la memoria aquel viaje a Londres en la década de los cuarenta, cuando vio por primera vez tocar en el metro; era un acordeón enorme, y al lado del músico, la portada de The Times anunciando la muerte de Ian Morrison.

Gusta de ponerse en aquella esquina, pues consigue ocultarla de la gente de la barra. Del público no se preocupa apenas, pues normalmente está vacío. La gente desayuna algo antes, y es a media mañana cuando todo vuelve a ser barullo. Desde su esquina, desdobla el periódico y lo abre por la sección de cultura. Tras una ojeada rápida comprueba que hoy tampoco, han dedicado espacio a la danza. Sonríe intentando convencerse de que no es tan malo, y se esfuerza por no pensar demasiado en aquel festival de Moscú, en el que todo el mundo aplaudió de manera ensordecedora, y que a veces, aún recordaba si releía a Gogol.

Mientras tanto, Martín, el hijo del dueño, espera libreta en mano, mirándola con cariño, pues como siempre es él quien le toma nota. Y es así, porque es precisamente ésa, su zona de trabajo durante este mes. “¿Lo de siempre Eulalia?” Le pregunta el joven. “Buenos días Martín. Sí, lo de siempre… y mucha azúcar en los churros ¡eh!”. Al joven se le escapa una risa pilla, y mira a su padre, mientras mueve la cabeza y levanta la voz para decir… “¡Padre, más azúcar que ayer nos pide hoy la señola Eulalia!”. Y la anciana agacha la cabeza simulando falso sonrojo, cuando Mateo, el dueño, le devuelve una sonrisa amplia y le guiña un ojo. “¡Para qué quiere más azúcar, Lali, si tiene la sangre bien servida de edulcorante!”. Y entonces murmura bajito: “del azúcar, digo. Que es usted la más dulce de todas las clientas del café”.

Al llegar el desayuno a la mesa, la anciana, de ojos grises enormes y mirada triste, detiene la vista en aquella señora de enfrente, la que mueve, mientras lee uno de éstos bestsellers sobre los enigmas de la religión, un carrito donde un bebé de apenas un año, juega con un sonajero.


Entonces Mateo interrumpe su deleite por aquella criatura. “Lali, mujer, que no vamos a empezar hoy el día tristes, ¿no?”. Ella niega con la cabeza, mueve el chocolate con la cucharilla, y sacude la cabeza, arqueando las cejas… Sabe que su admiración por los niños ha ocupado toda su vida durante décadas, y que lo seguirá haciendo, mientras siga encontrando sentido y motivo a aquellos paseos por la plaza de la Cebada, observando la salida del colegio de éstos que pudieran haber sido sus hijos y no lo fueron.

“Eulalia, ¿cuándo me tomará usted en serio la proposición de salir a pasear a media tarde?”, comenta Mateo acercando una silla a la mesa de la señora Lali, que se aparta fingiendo sorpresa. “Hombre Mateo, que no estamos nosotros para éstos vaivenes, ¿no cree?”. Y la anciana le toca la mano despacio. Una mano llena de manchas que en su día fueron pecas, y hoy denotan una calidez enternecedora. Sabe que aquel hombre podría ser lo mejor que le había pasado desde hace tiempo, desde aquel abandono desgarrado, que la desterró definitivamente a su segundo piso de la calle del Arenal medio en ruinas, cuyas paredes son libros apilados, y espejos colgados del techo cogiendo polvo; y con la única compañía de tres gatos y siete peces.

He aquí la presentación de uno de mis primeros personajes. La dinámica consistía en definir un retrato robot del mismo, y después llevarle a comer. Y ésto es lo que ha salido

Remite


  • kay

  • Llegué por casualidad y por una conversación de cafetería envuelta en dudas. Encontré en los paraísos electrónicos los abrazos más auténticos... viajé sola por Kioto, por Dresden, embotellé lluvia y suelto lastre. Ahora sólo escribo, de oficio. Y en septiembre de 2009, años después de posarme para aterrizar, vuelvo a emprender una aventura voladora; desnuda y rellena de letras. bienvenido
radiografía
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y tus ojos, reinterpretándolo todo



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