ACERCA DE... PATOLOGÍAS CARDÍACAS
Sara lloraba en silencio, y él le decía que quizá era que ya no la quería. Y ella le respondía, clavando sus achinados ojos miel en el espejo de la entrada, que no quería volver a verle jamás y que le había arruinado la vida. Él le repitió que no era culpa suya, que no era culpa de ninguno de los dos, y ella se ahogaba entre pequeños sollozos, limpiando en círculos concéntricos, el espejo, con la manga de su rebeca de lana roja. Lárgate. Dijo entonces. Y su corazón comenzó a avisarla de que no quería seguir bombeando sangre tan deprisa. Y un portazo reticente calló sus lágrimas de pronto.
