Carolin, Berta y las Sombras

Llevo dos días sin ver más luz del día que la que respiro en el coche cada mañana vía m40. Y esta noche, cuando salí poco antes de las diez de nuevo hacia casa, vi el coche cubierto de hojas pequeñas y marrones -y no es tan romántico, pero también de cagadas de pájaro- y pensé "bien, ¿qué me he perdido?" Llevo semanas ansiando la necesidad de un viaje rápido. Si acaso al país de las sombras, tampoco me importa. Europa en otoño e invierno es una delicia aun con sus días de vida a oscuras. Tengo clavada Berlín entre las aurículas, latiendo a distintos ritmos y traduciéndose en millones de interpretaciones: la ciudad a la que prometimos viajar y no hicimos, la que me dio luz, la que me dio pánico y la que me enseñó a querer crecer... (¡también la que me trajo a Pablo, que no está nada mal!)
Aún hay hojas en el salpicadero. Y mientras conducía, las que quedaban, -en hilera y en pandilla entre el cristal y el capó- se iban dejando caer con la velocidad, como en un parque de atracciones. Cambian las estaciones y aún me pregunto en qué día vivo. El ritmo y la monotonía son mi segunda piel y el futuro es cada día más un capítulo sin escribir, que a veces angustia y a veces da miedo. Quiero acabar, con tanta ansia, que a veces simplemente no tengo ganas de ponerme en marcha. Y es que dejar pasar las estaciones sin perderme por los caminos, sin localizarme y sin encontrarme sólo ralentiza la búsqueda de respuestas que empiezan en mi misma.
Hoy caían hojas de mi capó. Hojas pequeñas en toda la gama que va del amarillo al marrón oscuro. Seguro que hacían "cris cris". Y el sábado paré el coche en una curva, cuesta abajo, para mirar cómo la luz de medio día hacía brillar los dorados de los chopos de mi barrio. Fue magia. Respiré. Sonreí. Me acordé de ti. Y resulta que estabas mucho más cerca de lo que pensaba... Fue el otoño, pero yo ya sabía que... no sólo.
Aún hay hojas en el salpicadero. Y mientras conducía, las que quedaban, -en hilera y en pandilla entre el cristal y el capó- se iban dejando caer con la velocidad, como en un parque de atracciones. Cambian las estaciones y aún me pregunto en qué día vivo. El ritmo y la monotonía son mi segunda piel y el futuro es cada día más un capítulo sin escribir, que a veces angustia y a veces da miedo. Quiero acabar, con tanta ansia, que a veces simplemente no tengo ganas de ponerme en marcha. Y es que dejar pasar las estaciones sin perderme por los caminos, sin localizarme y sin encontrarme sólo ralentiza la búsqueda de respuestas que empiezan en mi misma.
Hoy caían hojas de mi capó. Hojas pequeñas en toda la gama que va del amarillo al marrón oscuro. Seguro que hacían "cris cris". Y el sábado paré el coche en una curva, cuesta abajo, para mirar cómo la luz de medio día hacía brillar los dorados de los chopos de mi barrio. Fue magia. Respiré. Sonreí. Me acordé de ti. Y resulta que estabas mucho más cerca de lo que pensaba... Fue el otoño, pero yo ya sabía que... no sólo.