... bañera sin olas

Se dio un baño caliente... en busca del equilibrio que aquel día le había faltado. Escuchó música tranquila, sus canciones favoritas aleatorias, y encendió velas, y las repartió por todo el baño, apagando antes las luces. Estaba sola en casa, y le apetecía aquello, aunque a penas tuviera espacio para reposar la cabeza porque en una parte estaban los grifos y a la otra las jaboneras.
Pero probó suerte, como hizo varias veces a lo largo del día, cuando sorbió varias veces alguna lágrima de rabia... pero estaba cansada, y rabiosa... quiso mantenerse firme porque estaba cansada de tropezar siempre en la misma piedra y que se le encogiera el alma en la misma latitud. Bajó las luces para ver a través de sus párpados.
Buscar colores y formas en ellos... Su pasatiempo favorito. Ver lo que no se ve con todos los otros sentidos. Y cuando creyó suficiente el baño, cuando olía a jabón por todas partes y había acariciado con la pastilla de palito toda la superficie de su piel, decidió descorrer la cortina -que era transparente- y le dejaba ver todas las lucecitas distorsionadas... y tiró del tapón.
Entonces, cuando se empezaba a encontrar bien, el baño empezó a inundarse... alcanzó dos dedos de altura y salía al pasillo. Se quedó quieta, abrazada al albornoz, con las lucecitas temblando y con los pies congelados, sin saber dónde pisar.
La respuesta se estaba derramando bajo sus pies, y sus ojos brillaban: se miró en el espejo.
Le entraron ganas de llorar, otra vez, y una nueva angustia en el pecho... gritó ¿para qué? y se mordió los labios preguntándose porqué siempre era ella la que se vaciaba.