Cuentas amarillas y espejos, de noche
Se movía de vez en cuando, cuando entraba un poco de aire por la ventana de la habitación, que permanecía entreabierta y con la persiana medio bajada. Las cortinas de color blanco hueso, caían con desgana, con la elegancia del vapor de agua. Fuera, sonaban los árboles más altos, discutiendo con el viento acerca del parte meteorológico para el día siguiente.
El espejo de la pared enmarcaba sus siluetas desnudas, junto a la ventana. De la cama, caía una mano blanca, fuerte, casi musculada, mientras las sábanas suspiraban rítmicamente a la altura de su estómago. Su otra mano, permanecía junto al regazo de la joven, que miraba hacia fuera, entre las rendijas de la persiana.
Se mantenía erguida, con la espalda contra el cabecero y jugando con sus dedos. Llegó a acercarse en alguna ocasión para besarlos, pero la mayor parte del tiempo, miraba con lástima las fotografías de las paredes. Blanco y negro fue por un tiempo el tono elegido para la mayoría de sus fotos juntos. Después pasaron a la experimentación, y comenzaron a saturar colores. Últimamente, las únicas fotos que ampliaban, eran un par de ellas en mate y de carrete, de toda la vida.
No podía dormir. Buscaba salida, siempre refugiada en sábanas de líneas, agazapada junto a la ventana, hasta que empezaba a amanecer y caía rendida. Y ésta, otra noche más buscando salida o intentando encontrar una salida. Y fuera seguía soplando el viento. Le pareció escuchar en él justificaciones o argumentos, pero no los tenía.
El amarillo teñía sus motivos, y nunca antes llegó a ser tan predecible. Se miró las uñas. Sus manos, sus pies. Y hacia las fotos, otra vez, de todos los viajes hechos, de tantos con sus amigas. Sonrió al recordar a aquella pandilla del instituto, y las fiestas y los culebrones de la cuadrilla todos los veranos. En los amores de verano, que como dice el anuncio, siempre acaban cuando quieres arrancar. Y entonces, aún con la sonrisa en los labios, sacó la lengua hacia la rana de peluche que tenía sobre el módulo de cajones.
Se tocó en la nunca, el pelo corto, y se metió el flequillo tras la oreja derecha. Se frotó los ojos, y apretó su mano. Los visillos se movían más fuerte. Los ató junto a la cuerda de la persiana y se asomó. El viento había dejado de chillarle. O ella se había acostumbrado a él. Todo estaba en calma ahora.
Y se acercó a su oído. “Te quiero, te lo prometo” Y sonrió de nuevo.
Y entonces, él se incorporó “¿qué miras pequeña?”.
Ella se acercó a sus labios y los besó con fuerza, bebiéndose su vida como vitamina C.
“¿Y ésto? ¿No es hora de dormir?” preguntó colocándose sobre ella y acariciándole los ojos con su retina.
“Y de soñar”, le contestó entonces. Él la sonrió.
Mientras, fuera, la lucha de elementos, bañados por pequeñas luces anaranjadas y parpadeos en las ventanas, no terminaba de decidirse, y las hojas agitaban más sus arañazos, contra el eólico traje nocturno, elegido para esa ocasión.
Y el collar de cuentas amarillas, se pronunción mediante un ténue balanceo, como queriéndose colar entre las sábanas agitadas en aquella noche sin luna...
inspirado en el collarcito de itxi del otro día?
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An@ |
Thursday, July 05, 2007 6:01:00 pm
Me temo que no! Yo tengo dos collares amarillos colgados del pomo de la puerta. Y ayer hacía mucho viento, y me hubiera gustado que Benji estuviera allí... y que poco a poco, retomo el pulso son mis sueños ;)
Posted by
kay |
Thursday, July 05, 2007 6:22:00 pm
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Escribo para ti, para mi, para contarte y que descifres cuando quieras lo que necesites. Para hacerte recordar, para guiñarte un ojo, para darte la mano, para sonreír contigo... Gracias por comentar